07 octubre 2010

Las indelebles marcas del Oso



Aquella mañana, en mi despertar del sueño nocturno, fui invadido por una extraña certeza, que en un primer momento no atinaba a esclarecer, pero de todas maneras sabía que algún cambio sustancial había acontecido.
Una vez abiertos los ojos, me incorporé lentamente intentando descubrir lo que había ocurrido durante la noche, que me pareció muy larga. Por lo pronto, al empezar a moverme, pude advertir que me encontraba empapado en un siempre molesto y pegajoso sudor, que me produjo una gran sorpresa, pero que no quise darle mayor importancia. Así mismo, pude percatarme que a pesar de no hallar variación alguna en las cosas, sin embargo, la manera de percibirlas era muy diferente a como había sido hasta entonces. Como digo, no observé nada que en principio fuera anormal, parecía que todo ocupaba el lugar correspondiente al orden que originariamente le había dado al cuarto. Seguidamente, atraído por la musicalidad de la lluvia al caer, me dirigí a la ventana para subir la persiana. Sin conocer la hora exacta, sabía que ya había amanecido, que un nuevo día daba comienzo, y en cierto modo me estaba esperando. A continuación, como solía hacer en multitud de ocasiones, descorrí con suma suavidad las cortinas, intentando no dar ningún tirón desafortunado. Pude comprobar que efectivamente estaba lloviendo; ¡qué hermosa sensación acogedora me inunda y hace sentir tal acontecimiento!. A pesar de todo, mi atención se centró en intentar hallar algún signo de alteración.


Como sucedía habitualmente, las gentes, de todas las edades y condiciones existentes, se agolpaban de manera incansable en aquella calle. Siempre parecían circular muy apresuradas, y me daban la impresión de estar poseídas por algún dañino maleficio, o tal vez se tratara de un simple hechizo. Sin embargo, a pesar del hervidero de personas que se entremezclaban, no se veía entre ellas el menor contacto humano, ni tampoco algún indicio de comunicación, aunque produjeran gran cantidad de ruido. Por mi parte, me daba perfecta cuenta que no hacía falta que intentara ocultarme para no ser visto, dado que tales personas eran del todo incapaces de percatarse de alguna cosa, cifrando toda su atención en el apremio y en las repercusiones que éste pudiera acarrear a su pecunia.
Ensimismado en mis reflexiones, acabé por darme cuenta que todos mis esfuerzos eran inútiles, en nada externo conseguía encontrar alguna variación significativa, a pesar de percibirlo todo de muy diferente modo a como solía hacerlo, y también aunque supiera que algo nuevo estaba sucediendo.
Acto seguido, abandonando mis consideraciones, que en cierto modo nunca tenían fin, me dispuse a seguir con mi rutina diaria. Me encontraba en período de exámenes, si bien con pocas ganas, pero quería aprovechar el tiempo estudiando, haciendo todo lo posible por aprender.
Durante el aseo personal, pude constatar con asombro que me veía diferente en el espejo, a lo que especulé con buen humor, que se trataría de la proyección escurridiza de algún espíritu perdido, que se las ingeniaba, aunque sin lograrlo, para introducírseme por las orejas. Lo cierto es que creí que se trataba del cansancio, fruto del tiempo que hacía que no conseguía dormir bien.


A continuación, cuando mi estancia quedó arreglada y ventilada, la abandoné intentando hallar fuera algún indicio que argumentara y explicase tan enorme misterio, y que me suscitaba tanta intriga.
Inmediatamente, mis pobres oídos empezaron a escuchar el estruendo que producía la algarabía de mis hermanos mientras esperaban a mi madre para ir al colegio. Gratamente pude comprobar que no era tan molesto como de costumbre, podía soportarlo sin alteración, y la verdad es que no lograba saber la razón. Busqué a mi madre para sesearle "los buenos días", cuando lo hice y me miró, observé que su semblante se tornaba en señal de extrañeza. En un primer momento, no conseguía adivinar si era producido por lo que había visto en mi, o se trataba de algo que le había sucedido repentinamente. No obstante, a pesar de no decirme nada, mis sospechas se acrecentaban, corroborando mis primeras intuiciones al despertar. Titubeando, acabó por decidirse preguntándome por lo que me había pasado, a lo que no supe qué responder. Al punto, dispulpándose por las prisas que tenía, acabó marchándose con mis hermanitos menores, al igual que se sucedieron la del resto de mis otros hermanos de manera escalonada, hasta que acabé quedándome a solas en la casa.
Desayuné con rapidez para no perder tiempo, y me dispuse sin más preámbulo a estudiar. Llevando un rato inmerso en la asignatura que me dispuse a trabajar en primer lugar, fue cuando, casi sin darme cuenta, sentí que desde mi interior más recóndito y oculto se me revelaba todo lo sucedido.
Sí, era yo quien se había transformado. El cambio no se había cifrado en nada externo, sino en mi interior, mis entrañas más profundas. Aunque pretendí durante un largo período evolucionar desde lo intrínseco, ahora reconocía, que en verdad había puesto todo mi empeño en alterar una realidad que siempre la sentía hostil, sabiendo que era del todo imposible.


Fue precisamente cuando no busqué ni deseé ningún tipo de variación, cuando ésta se presentó. La silenciosa y oscura noche tempestuosa fue testigo del milagro; pero sabía que todo este proceso no había sucedido en una noche, sino que era fruto de una larga espera, en una siempre difícil paciencia.
Con anterioridad, normalmente me guiaba un fortalecido pesimismo, y aunque no lo parezca, no había sucedido así en los días precedentes al cambio. Estaba persuadido y de este modo lo sentía, que nada podía hacer ni buscar, se trataba de una plena convicción, en la que mi vida seguiría exactamente como hasta el momento, sumida y atrapada en un profundo sufrimiento, en donde nada ni nadie podían hacer cosa alguna por impedirlo, y la verdad es que ya no me importaba. Me había vuelto inaccesible, no deseando ninguna clase de ayuda, consuelo, aceptación ni comprensión, ya que me conducían todas al mismo círculo vicioso, desembocando en impotencia, frustración y desesperación. Arrastrado por estos fuertes sentimientos y pensamientos, que fueron los que reinaron en mi durante las dos últimas semanas, sumidas en grandes silencios y padecimientos imposibles de compartir, y que ahora, en mis nuevas luces, lograba entender que habían sido necesarios, los tenía que vivir, y naturalmente, nadie hubiera podido hacerlo en mi lugar. Comprendía que la totalidad de los sucesos y sus repercusiones me habían conducido a una completa aceptación, tanto de la realidad como de mí mismo, con mis valores y limitaciones, y por supuesto, sin acusar a nadie ni tampoco culpabilizarme.


Me había sentido condenado, como aquel barco que navega en tempestad dejándose llevar a la deriva por las oscuras tinieblas, y sabiendo que su fin se acerca; y fue entonces, cuando estando todo perdido llegó la transformación y con ella la salvación. Arribó mi aceptación sosegada, dejé de sentirme en soledad para disfrutar de mi compañía; había desistido de ser mi mayor enemigo. Además, podía apreciarme en un fuerte realismo, y en la determinación de hacerle frente; se había acabado el cerrar los ojos. Por vez primera, no me encontraba dividido en un sin fin de partes enfrentadas, a las que no llegada a comprender. Ahora sentíame una totalidad, en donde se daba una conjunción armónica entre raciocinio, sentimiento y realidad. Empezaba a percatarme que podía llevar mis propias riendas de la vida, sin apreciar que me bloqueara alguna angustia dolorosa.
Ahora con las claves de mi transformación, podía comprender mejor la trayectoria de los acontecimientos. Conseguía ver la simbología y en sentido de los sucesos de la mañana y los de todas mi vida, y todo ello siendo presa de una gran serenidad.
En lo ocurrido, encontraba similitud con aquel árbol robusto y majestuoso que no se doblega, se mantiene inflexible, sin ceder a la realidad del viento. Así, no acompañando a la armonía acaba quebrándose, sucumbiendo y precipitándose al suelo, por lo que termina desapareciendo convertido en leña para el invierno. Más vale ser uno mismo, un pequeño arbolito que conocedor de la fuerza del vendaval, se amolda a sus presiones sin perder la compostura; y en este sentido se acomoda y acepta la realidad, sin que por ello tenga que abandonar sus convicciones. También en mi, se da esa transformación en la que el río, sin dejar de serlo, salvando los obstáculos prosigue tomando un nuevo y necesario rumbo. Es como aquel tronco seco, que estando sus raíces sanas, hacen surgir y renacer del cuerpo viejo, un brote nuevo y esplendoroso.


Sabía que este hecho tan trascendental, era el inicio de una etapa que ya comenzaba. Las pruebas de autenticidad venían dadas por la serenidad con la que se había producido dicha transformación, sin exaltación, sin pena ni alegría, con ponderación y sosiego. No sería verdadero, si viniese acompañado por ese júbilo característico que se produce cuando se quiere huir, y ya se ha encontrado la manera de llevarlo a cabo.
Ahora me sentía con las fuerzas que acompañan a todo cambio sustancial para iniciar un nuevo rumbo. Así mismo, era consciente de todo lo que me albergaba, y me hallaba en posesión de unos nuevos ojos, limpios ya de tantas impurezas. Entretanto, era llegada la hora de proseguir con el estudio, en espera de escoger un momento propicio para comunicar a los míos mis determinaciones.
Mientras, sentía y comprendía que el Oso que habita en mi, había dejado de gemir y gritar para pasar a enmudecer, llegaba la serenidad después de un difícil parto. Sabía que el Oso necesitaba ya una vida independiente, tras una larga sujeción a los suyos. Como el Oso adulto con sus garras afiladas traza en los árboles las marcas de su territorio, así sentía que había hecho conmigo el Oso que llevo dentro, marcándome las entrañas con sus señales indelebles y diferenciadoras como su territorio conquistado; lugar en el que podía ser sí mismo y luchar por seguir viviendo. Sí, sabía que me era llegada la hora de emprender mi camino, de buscar mi independencia marcando mi territorio, de enfrentarme a la ya real y cruda realidad, cesando de una vez en el empeño de buscarme tanto refugio. Sin duda, se había acabado el vivir como hasta ahora, era el fin de tanta represión y de los muchos miedos; las cosas iban a ser muy diferentes en las relaciones para conmigo y también con los demás. Sí, aquel osezno se había hecho adulto, y aunque todavía tenía mucho que aprender, y un largo camino por recorrer, a partir de ahora sería por sí mismo. Había llegado el fin de la muerte, y el combate por la vida daba comienzo...

año 1996

2 comentarios:

  1. Fantástico Isaac...muy bueno, me quedo con el final
    Había llegado el fin de la muerte, y el combate por al vida daba comienzo...

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    1. Muchas gracias Mariló, por tu lectura y comprension; cómo sabes para mi ya fue un premio poderlo redactar, pues cuando se trata de plasmar sentimientos en un relato, es siempre lo más difícil, pues el lenguaje de las emociones es más rico y extenso que las palabras; aún así el 1er premio quedó desierto, y tampoco accedí al 2º y 3º, pero eso esperaba por lo arriesgado del escrito...

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