05 diciembre 2011

La Conspiración: una Conjura dentro de un Complot

He de reconocer que desconocía la trama y los acontecimientos tras la muerte y asesinato de Abraham Lincoln en 1865.


La visión del cineasta y Director Robert Redford de este film me ha cautivado. No tanto por los hechos históricos y verídicos que en esta cinta se relatan, sino por la evidente dificultad por evolucionar el género humano, pues la Historia se repite una y otra vez.


Es difícil encontrar en la Historia personas que sacrifican su bien particular, entregando hasta sus vidas por un bien común por encima de sus deseos y hasta con el peligro de perder su propia vida; y por suerte, en los anales hay abundantes testigos, aunque desgraciadamente sean excepciones.


Qué terror hay que tener cuando se pronuncian frases como que en tiempos de guerra, las leyes enmudecen. Es la repetición de esas mismas como el fin justifica los medios. O quizás como profería la escuela Sofista, que la verdad es el arte de convencer.


Una vida en particular debe ser tan valiosa como el bien común, que al final no es más que opinión de los que ostentan los poderes, que usan el Estado de Derecho para conseguir sus ambiciones particulares.


Gran ejemplo del espíritu del film está en Frederick Aiken teniendo que hacer frente a las masas que antes de iniciarse el juicio por el asesinato del malogrado presidente, pedían la muerte antes de declarar culpables y con rapidez. ¿Cuántas veces ocurren todavía estas cosas? En la actualidad se suceden una y otra vez los juicios paralelos en los medios de comunicación. Se sigue repitiendo, la presunción de inocencia está escrita en la teoría, en la practica no.


Frederick Aiken se alzó contra todos, aún sin saber de una culpabilidad o no, pero cuando la duda puede ser razonable, nunca puede haber un juicio ni paralelo ni concluyente. Así sucedió, Aiken presionado por todos, perdió su posición social, prometida, y ganándose muchos odios por buscar Justicia y la Verdad.


Consecuentemente Aiken dejó las leyes para ser redactor en el  Washington Post.
El consuelo es que la muerte de la inocente, Mary Surratt el 7 de Julio de 1865 no fue en vano. Supuso el cambio de las leyes en cuanto a los jurados, eso hizo que en un Juicio Justo no pudieran condenar como culpable a su hijo John, y lo pusieran en libertad.
Lástima que después de tantos casos de errores judiciales en penas de muerte, aún en pleno Siglo XXI no se hayan abolido definitivamente.